Luthier: el arte en la transformación de la madera

Luthier: el arte en la transformación de la madera

Desde la meticulosa elección de la madera hasta la delicada construcción de cada instrumento, la esencia de su trabajo en la creación de obras que no solo suenan, sino que cuentan historias y despiertan emociones para perdurar en el tiempo.

Escrito por: Sarai J. Tombé

 

Está de pie. Toma con cuidado cada pieza de madera y una que otra herramienta que se le atraviesa sobre la mesa cubierta de polvo de aserrín, manchando como pintura hasta las paredes de ladrillo del mediano taller. Con rostro tranquilo, Gersain Flórez Aranda, un hombre que ronda los cuarenta años, se detiene frente a una pila de guitarras sin esmaltar bajo la mesa posicionada paralelamente, mientras escoge un tiple a medio terminar.  Gersain es uno de los pocos maestros en la elaboración de instrumentos de cuerda de Silvia, Cauca.

 

– Vea, a este hay que arreglarle unos huecos que tiene a los lados y también el afinador – dice mostrando otra fisura en uno de los lados del mediano instrumento.

 

Él, de mediana estatura, de tez un poco pálida, con barba corta, pantalones jean claros, saco negro grueso impermeable y su infaltable cachucha negra recorren en una última y detallada mirada alguna que otra anomalía en el instrumento, palpando milimétricamente cada lugar, cada curva reluciente, para luego dar al final un gesto de aprobación y así dejarlo sobre la mesa.

 

La puerta del taller no permite la entrada de los rayos tenues del sol. Pero por las esquinas de la puerta de hierro, casi que de manera imperceptible, se filtra el frío de la tarde que cae sobre el pueblo del municipio de Silvia. Dentro, un silencio envuelve la habitación, tanto que a lo lejos se puede escuchar claramente la melodía de una canción popular. En las paredes y esquinas del agradable y tranquilo lugar se alinean ordenadamente moldes, herramientas, varios instrumentos y mucha historia.

 

***

 

El interés por los instrumentos y el querer tocarlos nació a sus 14 años, cuando en las tardes, después de jugar y acompañar a sus padres en las labores del campo, se sentaba a ver desde lejos a su padre ensayar la guitarra en compañía de sus tíos y algunos primos.

 

– En ese tiempo a uno no le enseñaban música. Uno se arrimaba a los grupos a mirarlos, pero mi papá decía que no, que si aprendía me iba a convertir en un borracho y que mejor me fuera a jugar, y lo mandaban pa’ otro lado – sentencia, mientras acomoda otra guitarra color ocre.

 

– Pero yo quería aprender y cuando a uno le decían que no, eso era como decirle que sí– dice sonriendo, cruzando sus dedos.

 

–Así que un día cogí la guitarra y toqué para mí. Nadie me explicó, nadie me dijo: “mire mijo: coja aquí, coja acá. Los tonos son así”, nadie. Eso fue de un día pa’ otro. Un día, mi papá dejó la guitarra por ahí descuidada y yo pues aproveché – dice Gersain moviendo las manos, simulando un instrumento, lanzando una melodía en el aire mientras da una amplia sonrisa. 

 

–  Desde que me acuerdo, siempre me gustó la música colombiana, por ejemplo, las de Silva y Villalba. También los pasillos, por su ritmo, por esa esencia en sus notas, aunque escucho de todo un poquito, la fuerza que transmite en sus melodías es dinámica y expresiva.  

 

De tanto mirar y escuchar desde lejos, la inspiración y el tocar de los instrumentos fue casi instantánea. A los pocos días ya interpretaba muy hábilmente la guitarra. Al año siguiente conformó su primer grupo entre primos y amigos. Y después de aprender a tocar la guitarra, el charango, luego el requinto y varios instrumentos de viento, el interés se amplió por aprender a fabricarlos.

 

– Primero aprendí a hacer música. Luego entré a conocer la madera y a trabajarla gracias a mi papá. Y entonces me fui quedando ahí entre la música, la madera, y terminé aprendiendo a elaborar instrumentos– dice alzando un pedazo de madera como si fuera una batuta.

 

A sus dieciséis años cayó en sus manos su primer arreglo: una guitarra destartalada que su padre ya no utilizaba. La tomó y la utilizó como juguete hasta que decidió replicarla. La pasión por la música surgió al principio como una necesidad, una de tener un instrumento el cual tocar para sacarle sus improvisadas líneas musicales. No había forma de conseguir uno. Debía viajar a Cali o a Popayán para comprarlos o mandarlos a hacer. Pero la curiosidad fue más grande que el regaño de su padre cada vez que intentaba tocar su adorada guitarra.

 

– Entonces pensé que se veía fácil arreglarla y vea, ahora soy lo que soy, un luthier y un músico –comenta– pero eso sí, la primera guitarra fue algo fallido. Quedó estéticamente bien, pero de sonido quedó horrible– dice volviendo a sonreír mientras levanta del suelo a un cachorro de color blanco cenizo.

 

Comenzó aprendiendo a hacer lo mismo que su padre. Todo en madera y con gran habilidad, logró poco a poco perfeccionarlas:  fabricó puertas, ventanas, mesas, sillas, todo lo que correspondía a la casa. Además, hacía juguetes de madera que obtenía de algunos troncos: caballos tallados, carros, artículos de cocina, sillas, etc., para luego aprender y adentrarse en la labor de arreglar y a hacer instrumentos.

 

–Y hasta ahora, ¿qué es lo más complicado que le ha tocado?– pregunto.

 

– Bueno, pensándolo bien, lo complicado es lograr todas las características que un músico quiere, tales como el sonido, lograr el acabado, la afinación, todo lo que el músico desea. Sí, eso. Pero ya no es lo es tanto. La experiencia va forjando la habilidad. La pule a medida que también la implementas.  

 

Frunce el ceño mientras menciona algunas habilidades aprendidas y perfeccionadas a lo largo de los años, tal como cortar la madera, prepararla, doblarla, hacer los ensambles.

 

– ¿Y para afinar los instrumentos recién elaborados?

 

– Depende de la estructura del mismo. Cada instrumento tiene su propia afinación, además tiene que ver mucho con el músico y si es personalizado– toma una guitarra y me muestra cada detalle, que desde lejos no se lograba apreciar.

 

 –Que es todo lo contrario a los instrumentos de medida estándar, que son elaborados todos a la misma medida y con la misma afinación– deja la guitarra de nuevo en su lugar.

 

–¿Aparte de guitarras, hace otros instrumentos?

 

–Sí, todo lo que tiene que ver con cuerda frotada: guitarras, tiples, bandolas, charangos, guitarras eléctricas, bajos eléctricos y también algunos violines– responde mirando hacia arriba como si todos los instrumentos mencionados estuviesen pegados en el techo.

 

– ¿Y el cuidado de los instrumentos?

 

– Bueno, serían muchas recomendaciones –dice ladeando la cabeza buscando resumirlas– la humedad daña la madera. Además, puede afectar las cuerdas y con ello el sonido. Pero el calor también, si se echa algún pegante, se puede despegar. Eso es jodido porque son cosas delicadas.

 

– Hablemos de la importancia de esta labor y de la música. ¿Ha pensado en enseñarlas?

 

– Pues ya he enseñado música, también a fabricar instrumentos, incluyendo a mis hijos. Mis hijos son todos músicos. Y para mí, enseñar, es transmitir, porque uno no va a estar una eternidad en esta vida, entonces hay que enseñarlo a quien quiera aprender y seguir el legado.   

 

Me mira con cierta nostalgia y felicidad, tomando con fuerza a su perrito que empieza a moverse por el repentino apretón.

 

– Y también pienso que nosotros los que elaboramos los instrumentos, dentro de la parte musical, somos como ese escalón importante que da inicio a grandes creaciones. Nosotros elaboramos instrumentos, los músicos elaboran la música, elaboran sus melodías y esas composiciones son las que llegan al oído de mucha gente. El luthier es como una parte de todo un proceso musical.

 

Muestra entre risas una pequeña pero breve molestia después de unos ligeros pero rítmicos golpes en la puerta principal.

 

 –Ay, vea, parece ser que tenemos visita– pero antes de levantarse, a manera de recomendación mezclada con entusiasmo, menciona– eso sí, recomiendo mucha disciplina y gusto por lo que se hace, como en cada profesión, siempre, cada vez aprendiendo cosas nuevas con la intención de mejorar, de apuntar a la perfección –y agrega– y también una buena prueba sobre alergias. Lo digo por el polvo tan tremendo que se alza.

 

‘Don Gersain’, como es llamado por las personas, deja al pequeño y grisáceo perrito en el suelo y camina hacia la puerta principal. Ahí conversa contento con el recién llegado, en medio del aire frío y la envolvente tarde, tomando entre sus manos el siguiente instrumento que arreglará. Palpando, observando, reflejando en su rostro la pasión desbordante por la música y la creación de los instrumentos.

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