José Navia Lame: caminar el territorio para escribir historias

José Navia Lame: caminar el territorio para escribir historias

Uno de los mejores cronistas de Colombia, con raíces caucanas, que ha narrado la realidad del país con pasión y precisión, como si apenas descubriera su gusto por el oficio. Caminante incansable, habla de periodismo desde su experiencia de más de 40 años.

Escrito por: Sarai J. Tombé

 

José Navia Lame habla con voz pausada. No pierde detalle. Se interrumpe de vez en cuando y se pierde en sus pensamientos al intentar precisar datos: alguna frase, el nombre de un líder indígena, de un colega, de una fuente, el nombre de un municipio al que viajó hace mucho tiempo o el de una calle recorrida en alguna ciudad visitada. José Navia lo quiere recordar todo para tejer sus recuerdos al igual que una mochila.

 

Desde 1985 José Navia ha caminado territorios como el Putumayo, Valle del Cauca y Cauca, para narrar realidades en zonas indígenas atravesadas por el conflicto armado. También ha explorado los rincones de las ciudades desde los cuales ha surgido grandes relatos periodísticos.

 

Varios de sus textos de no ficción fueron galardonados a nivel nacional e internacional en distintos certámenes. Ganó el  Premio del Círculo de Periodistas de Bogotá (1992, 1996 y 2013), Premio Rey de España (2007), Premio a la Excelencia de la Sociedad Interamericana de Prensa (2007), el Premio Simón Bolívar (2010 y 2018), entre otras distinciones.

***

José Navia nació en 1959 en la vereda Julumito, ubicada al occidente de la ciudad de Popayán. Fue deportista de la Liga del Cauca en lanzamiento de jabalina y se graduó del Instituto Técnico Industrial a los 20 años. Después de graduado y tratar de abrirse camino en el mundo laboral optó por irse a la ciudad de Bogotá un día irrecordable del mes de enero de 1980. Ahí, en la capital, entre lo urbano y lo hostil de las calles, comenzó a despertar su curiosidad por narrar historias.

 

─Yo la verdad no tenía interés en estudiar periodismo ni nada por el estilo. Yo pensaba solo en trabajar en lo que saliera, aplicar lo que había aprendido en el Industrial y buscar la oportunidad de salir del pueblo─ dice mientras rememora con pausa y rostro tranquilo.

 

La mayoría de sus amigos se habían ido en la Flota Mercante Grancolombiana para trabajar en buques, y su ilusión era irse en uno de esos. Aunque estuvo buscando por un tiempo la oportunidad de inscribirse en la escuela Naval de Cadetes, las cosas no se dieron. Primero tuvo la oportunidad de estudiar periodismo.

 

Entre el trabajo en un taller como ayudante, otro como mensajero en la Avenida Jiménez (Bogotá), los ánimos de un amigo cercano y unos cuantos ahorros, José Navia entró a estudiar Periodismo en el instituto INPAHU, hoy conocida como Institución Universitaria UNINPAHU.

 

─Al mirar las materias que había me interesé por Sociología y Antropología. Yo dije: “esto es lo mío”. Aunque lo hice con un poquito de expectativa, a ver si funcionaba o no─ dice recordando un gesto de incredulidad.

 

Cuando inició el primer semestre se dio cuenta que escribía buenas historias. Un semestre después, estaba convencido plenamente que estudiaba algo que realmente le gustaba. Había descubierto su cariño por la escritura, José Navia se las ingenió para subsistir. Hizo varios trabajos y estudió a la vez, vivió en sectores complicados, pero aprendió a caminar las calles a punta de experiencias y buen ojo.

 

─Era una realidad difícil. Vivía con menos de un salario mínimo en Bogotá y sin conocer a nadie─ pone su mano en el mentón, se acomoda, continúa.

 

 ─Tocaba uno andar alerta a toda hora e incluso a aprender a caminar sectores duros. Territorios apaches, territorios comanches─ sonríe y recuerda sus travesías por la capital. 

 

Se esforzó, recorrió territorios, caminó calles y hasta descubrió en las investigaciones que realizaban en la materia de Antropología, sus orígenes relacionados con su apellido Lame que le mostraban su ascendencia indígena.

 

─En ese entonces fui a hablar con mi mamá para averiguar sobre el apellido Lame. Buscar de dónde venía y de a poco se fue dando ese vínculo. Somos descendientes del pueblo Nasa y de un apellido bastante ilustre para algunos y para otros un poquito complicado. Incluso cuando comencé a trabajar en periodismo en 1985, cuando estaba en plena guerra nuestro país y fui a cubrir temas un poco delicados, tuve algunos inconvenientes solo por mi apellido en algunos sectores a los que iba para hacer reportería, más que todo en el Cauca. Al final ya no firmaba con ese apellido, sino que escribía “Navia”, para no poner mi vida en peligro.

 

En 1985, recién graduado y con 25 años, José Navia decidió materializar su propósito de contar historias. Con carnet de prensa en mano, uno que le había regalado su profesor Jorge Consuegra del instituto INPAHU, y que le daba el derecho de ejercer la labor de periodista, se adentró en los territorios que afrontaban el conflicto armado con el propósito de visibilizar sus realidades. Uno de ellos fue el Cauca.

 

─Con la primera credencial de cronista que me dio un profesor de INPAHU, especialmente para evitar inconvenientes, me propuse en esa época entrevistar al comando del Movimiento Indígena Quintín Lame. Eso fue lo primero que hice un día del mes de enero de 1985. Primero solo. Después, en marzo, junto con otros dos compañeros, fuimos a hablar con algunos de los integrantes del comando indígena.

Primera credencial o carnet de periodista, 1985

Cortesía: José Navia

Antes de concretar la primera entrevista, se dedicó por cuenta propia a hacer contactos con antiguos conocidos del movimiento estudiantil, personas de algunos barrios y veredas de Popayán. Se puso manos a la obra. Llevó en su mochila una grabadora, un cuaderno de notas y mucha curiosidad para “hacer reportería con pasión, con la adrenalina del reportero recién salido”, dice José Navia.  

 

Buscó la oportunidad de encontrarse con alguien del Movimiento Armado Indígena  Quintín Lame. Los miembros de este grupo de a poco se habían dado a conocer como una guerrilla indígena en el Cauca. Era la “primera guerrilla indígena Latinoamericana”, surgida como respuesta a la represión de la Fuerza Pública y el control territorial de los terratenientes en zonas del Cauca, referencia el Centro Nacional de Memoria Histórica.

 

 Los fundadores de este movimiento, inspirados en el líder indígena Manuel Quintín Lame, quien dio arduas luchas por los derechos indígenas a comienzos del siglo XX, llamaron así a su propia autodefensa a finales del año de 1976. José Navia quería saber más. No se rindió. Recorrió calles, sectores veredales, para ver si los encontraba “de casualidad” y concretaba una entrevista.

 

Con algunos ahorros hizo más viajes respaldado sólo por el carnet y la promesa de una buena historia. Salía hacia Santander de Quilichao (norte del Cauca), a buscar pistas, preguntando por aquí y por allá, para después viajar nuevamente hacia Popayán; su correría lo llevó hasta Silvia, Pitayó, Jambaló, Toribío y otras zonas del Cauca. Se quedaba de vez en cuando donde algún amigo que le brindaba posada y salía muy temprano para continuar con la búsqueda.

 

─Dije: “de pronto si me los encuentro por acá tienen que hablarme” ─ recuerda entrecerrando los ojos.

 

─Había unas camioneticas que salían todos los días a recoger leche hasta Jambaló y se daban su buen recorrido por las veredas, entonces me decían: “Yo salgo a las tres de la mañana”. No importa a esa hora lo espero, respondía yo. “Pero espéreme en tal parte, en tal esquina”. Y yo a las tres de la mañana estaba ahí parado enruanado, con mi morral. De ahí salía de Silvia hacia Pitayó, y así, fui más de cuatro veces por allá hasta que un día de tanto ir y preguntar, ellos aparecieron.

 

No hubo problema para realizar la entrevista a los del Quintín Lame. Para el mes de marzo, junto a dos personas más, fueron a la vereda Zumbico y Barondillo en el municipio de Jambaló. Los miembros del Quintín Lame estaban organizados y habían construido temporalmente su lugar de operación. Después de la entrevista, tomaron unas cuantas fotos y se tuvo varias charlas. Pero el ambiente se puso tenso, casi intimidante. Querían convencerlos de ser parte del Movimiento Armado Indígena.

 

─Yo me vine casi huyendo de allá cuando salimos─ dice José Navia, mientras se acomoda en su asiento y muestra en su rostro un ligero nerviosismo─ nosotros queríamos conocerlos, pero ellos querían que nos quedáramos. Nos querían reclutar. Pero nada, eso fue entrevista, hablamos y vámonos─ dice chasqueando sus dedos, y agrega:

 

─Pero eso sí, siempre con el objetivo de entrevistar a esa gente, porque nadie los había entrevistado. En Colombia no se sabía qué era lo que hacía una autodefensa indígena del Cauca, qué era lo que buscaban, ¿quiénes eran? Y la cosa es que ellos tampoco habían querido hablar con los medios. Entonces dije: esta es una buena oportunidad. Primero, de visibilizar un tema que a mí como periodista y como caucano me genera atención e intriga. Segundo, la posibilidad de entrar a trabajar. De decir que yo soy capaz de hacer este tipo de reportajes.

 

De nuevo en Bogotá comenzó a escribir una crónica del tema que acababa de reportear. No recuerda el nombre, pero fue la primera que llevó a dos medios: Dos revistas; un medio local que ya no existe, y Magazine al día. A los editores les gustó el tema “diferente” y la forma en la que estaba escrita. Sentado en una esquina de la sala de redacción se puso a redactar en una máquina de escribir los pie de foto para su crónica porque esta sería publicada en Magazine al día.

 

─Me dijeron: “bueno, vaya a la siguiente sala”. Y recuerdo que uno de los editores escogió ocho fotos del Quintín Lame, y mientras yo estaba haciendo el pie de foto, llegó un hombre, se paró en la puerta, me miró y dijo: “Oiga chino, ¿usted quiere trabajar conmigo?” Y yo: “¡pues claro! ¡De una!”. 

 

─Así es como entré al medio, creando la oportunidad y la creé arriesgando hasta la vida. Demostré de alguna manera que podía hacer reportería y podía producir una buena nota de un tema diferente, ante unos guetos bastante cerrados en cuanto al periodismo y ante una ciudad como esta, como Bogotá, que es bastante individualista y hostil.

Con esa historia le ofrecieron trabajo en Magazine al día. Junto a ellos produjo sus primeros escritos y pronto se enfrentó a hechos históricos que marcaron a Colombia. En noviembre de ese año (1985) escribió sobre la toma al Palacio de Justicia; luego, de la avalancha de Armero en el departamento del Tolima. Después José Navia fue al periódico La República, donde estuvo dos años. Posteriormente, pasó a ser corresponsal en Prensa Latina por casi tres años. Continuó su carrera como periodista en el diario El Tiempo, donde duró 19 años haciendo crónicas, y los últimos siete años, fue editor de reportajes.

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Cortesía: José Navia

José Navia en lancha por el río San Miguel, en un cubrimiento de un paro armado al sur del Putumayo (2000)

También ejerció la docencia como profesor en el programa de periodismo de la Universidad Sergio Arboleda, la Universidad Javeriana, y, por último, la Universidad del Rosario. En esta estuvo cuatro años, sin embargo, renunció para seguir como periodista freelance. Todavía trabaja de esta manera, aunque no con mucha frecuencia.

 

─De hecho ya me pensioné, entonces no hay necesidad tampoco de estar corriendo. A veces solo estoy dedicado a proyectos personales, a la edición y recopilación de crónicas y elaboración de proyectos para escribir libros. Pero al menos ya es a otro ritmo. Aunque todavía soy tallerista itinerante, monitor o asesor de trabajos con Consejo de Redacción─ menciona con calma y rostro alegre.

 

Hasta el momento es autor de cinco libros, el último de ellos “La fuerza del ombligo: crónicas del en territorio nasa” (2015), donde narra cómo el pueblo Nasa ha resistido los embates de las violencias y amenazas en su territorio atravesado por las dinámicas del conflicto armado.

 

─De mis cuarenta años que llevo como periodista, creo que treinta y cinco años he sido cronista. Contando historias de las cuales tengo muchas experiencias. A mí me tocó muy, muy duro, por lo menos los primeros años fueron muy difíciles, pero después eso se convirtió en un absoluto y maravilloso regalo para hacer periodismo. Por lo menos como yo lo hacía.

 

─Esos años me entregaron a mí una capacidad de rebusque muy grande. De estar muy alerta, aprender a manejar las calles, conocer a la gente y leer la ciudad y después también los territorios del país. Y cuando comencé a hacer crónica eso me sirvió muchísimo─ dice con nostalgia ─ y la verdad, la vida tiene escrita en alguna parte del universo el destino de uno.

 

Acomodándose por tercera vez en su asiento, a la vez que pone sus manos entrelazadas sobre su escritorio, José Navia recalca firmemente:

 

─Pero eso sí, como cronista veo la importancia del periodismo y nuestra labor como una manera de aportar a visibilizar procesos sociales, ciertos escenarios, diferentes contextos, etc. Con ayuda de la descripción de los personajes, la construcción de los escenarios, de las atmósferas, mirar los antecedentes, los orígenes, las proyecciones. Es la posibilidad de convertir una estadística fría en un rostro, de plasmar sus emociones, sentimientos y pensamientos. Es absolutamente necesario para la democracia, para un periodismo crítico frente a las políticas sociales.

 

El tiempo transcurre, entre pregunta y respuesta. José Navia menciona que además de estar pendiente del Deportivo Cali, el equipo de sus amores, le gusta muchísimo, por no decir demasiado, escuchar salsa, especialmente la “viejita”. La que es difícil de encontrar, la que ponen de vez en cuando en algún restaurante o bar concurrido. Menciona que además posee una amplia colección de discos de música salsera de los años 30 en adelante, y que ha intentado coleccionar en lo máximo posible toda canción que se le atraviese por el oído. Se emociona, le brillan los ojos y se pone en el papel de contar cuánto sabe y lo que le gusta.

 

─No… es que la salsita─ dice con una gran sonrisa en su rostro ─desde que tenía 12 o 13 años, que fue cuando me enamoré de este género musical, me ha acompañado y la he bailado mucho en los salones comunales de Popayán. La salsa es para mí parte de la medicina que he tenido. La salsa… es para mí terapéutica.

 

─¿Alguna canción en especial?

 

─Pues la verdad, no tengo una en especial. Pero yo creo que por cada época tengo una favorita. Diría yo que Charanguera, que es de César Pompeyo;  El gato tiene tres patas, de Machito y su orquesta, y canciones de la época de Tito Fuentes y de Tito Rodríguez, entre otras.

 

─¿Cuál sería ese consejo para las siguientes generaciones y para aquellos que estudian periodismo?

 

─Mi consejo frente al periodismo es uno: tener sensibilidad, no mirar a las personas o a las comunidades como objetos de trabajo. Debe haber un interés real por la gente, no por el tema. Por lo que la gente está viviendo, por sus realidades, por la forma en cómo se están esforzando para salir de una situación. No es solo ir y ya, sino, sentir, acompañarlos, estar con ellos, observar muy de cerca y oír su pensamiento, ver lo que piensan, ver cómo actúan frente a ciertas situaciones.

 

─Segundo: hay que reportear con pasión, es decir, investigar, preguntar, observar e ir a los sitios.

 

─Y por último: por favor, ortografía y sintaxis─ dice mientras agita las manos ─ he visto titulares que confunden la LL con la Y; titulares de medios que confunden el “hay”, “ahí”, “ay”, eso por favor se debe corregir. Y no es que tengan que ponerse a estudiar los nueve usos de la coma o algo, pero lo mejor para mejorar es que lean. Lean crónicas, lean reportajes, lean noticias, antologías de crónica, de reportaje, de entrevistas, etc. Creo que eso ayudará en el camino─ menciona de manera fuerte y animada, mientras vuelve a la conversación las diferentes épocas de la salsa, una que otra anécdota, las tantas visitas a los territorios y unos cuantos consejos más sobre el oficio del periodismo.

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