Retratar la vida a través de la fotografía 

Retratar la vida a través de la fotografía

Hay fotografías que logran rendir homenaje a la música, a la cultura, a la diversidad, la naturaleza y la simple cotidianidad. Fotografías como las que toma Andrés Dorado, que a través de su lente logra capturar el color de la vida.

Escrito por: Karla Betancourt

 

Era el 2004 y el Real Colegio San Francisco de Asís de Popayán se preparaba para cerrar su año escolar. Los chicos de grado 11 estaban a pocas semanas de su graduación. Por fin, la realización y el alivio de terminar la etapa del colegio se sentía en el aire y la carga académica había disminuido, los profesores sabían que los alumnos de último grado estaban a punto de irse, y posiblemente, para no regresar. 

 

Por esos días se organizó una actividad en la que todo el colegio participó, entre todos los estudiantes estaba Hermes David, de grado 11, que llevaba una cámara análoga Canon AE-1 Program, cámara que le pasó a un compañero para que le tomara una foto. Este la sostuvo, la maniobró como pudo y enseguida sintió una conexión con ella. Tenerla en sus manos se sentía bien: la textura, el peso, la forma en la que se veía a través del visor.

 

Hoy reconoce que fue una foto mala, pero esto no borró el constante sentimiento hacia la imagen, la inminente curiosidad y un algo, un algo latente que más tarde se convertiría en una gran pasión. Ese amigo era Andrés Felipe Dorado, y Hermes David no sabía que al prestarle la cámara lo estaba induciendo a uno de los pilares más importantes de su vida: la fotografía. 

Foto: Andrés Dorado

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La Facultad de Derecho y Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad del Cauca está iluminada por un sol brillante que ha perdurado hasta la tarde. La facultad es un claustro antiguo, sus paredes son blancas y tiene dos jardines que parecen cobrar vida bajo el sol. En el segundo piso desde el cual se puede ver el jardín principal, dentro del auditorio llamado Fundadores, se realiza un evento académico. En el lugar hay un abultado número sillas amarillas alineadas perfectamente que están ocupadas por estudiantes, profesores, egresados o particulares que asisten a las conferencias. 

 

El auditorio se llena de la voz del panelista y de conversaciones en voz baja que sostienen algunos asistentes. De vez en cuando entra o sale una que otra persona. Y en una de esas salidas o entradas repentinas aparece Andrés Dorado. En ese momento tenía el cabello largo hasta los hombros y lo llevaba siempre suelto (ahora ya lo tiene más corto, casi por las orejas). Viste una camiseta azul marina con un estampado de Dragon Ball Z y unos jeans azules, sus tenis que en algún momento fueron blancos están desgastados, demostrando que han sido caminados de forma larga y tendida, por muchos lugares, y quizás, durante mucho tiempo. 

 

Andrés entra en el recinto,  camina unos cuantos pasos y saluda a algunas personas de las tantas que conoce. Hace falta verlo por unos minutos para notar que es un hombre amigable y socialPronto ambos nos encaminamos hacia fuera y nos sentamos en una banca de madera que está casi que pegada a la pared cerca de la puerta del auditorio. Las personas entran y salen y se cruzan con nosotros. Muchos saludan alegremente a Andrés y él corresponde de la misma forma. Es un hombre muy amable y colaborador, así que no sorprende que tantas personas lo conozcan y aprecien.

 

Rápidamente superamos la barrera que suele haber entre los desconocidos y nos embarcamos en una extensa conversación.  Andrés, desde el momento en que empieza hablar, ignora por completo su celular, sin importar que este vibre constantemente con notificaciones de mensajes. Hablamos y las palabras fluyen de su boca. Habla sobre él, su vida y las historias que giran alrededor de su profesión. 

Foto: Andrés Dorado

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Andrés Felipe Dorado Imbachi nació el 18 de agosto de 1987 en la ciudad de Popayán, entre las 2:00 y 2:30 de la mañana. Toda su vida ha vivido con su mamá, Noelfa Imbachi;, no tiene hermanos, se llevaba bien con su padre, Rafael Dorado,  y aunque no vivían juntos, fueron cercanos hasta el momento de su muerte, hace 7 años. 

 

Creció en el barrio Pandiguando, un barrio del occidente de Popayán, donde la mayoría de las casas son de dos pisos y coloridas, algo muy distinto del blanco que inunda el centro histórico de la ciudad. En las calles y cancha de Pandiguando Andrés se rodeó de amigos que hizo a la temprana edad de cuatro años. Aún conserva un vínculo con ellos, pues compartió la infancia a su lado montando bicicleta, con juegos infantiles que no puede describir muy bien, pero que está seguro, al día de hoy, se han perdido entre las nuevas generaciones. 

 

El fútbol era el juego que más practicaban, para ellos era su gran pasión. No importaba si se raspaban las rodillas, lo que importaba era estar juntos. Andrés, a pesar de ser hijo único, nunca se sintió solo teniendo la compañía de aquellos que lo hacían feliz. 

 

—Uno podía ser feliz con cosas muy sencillas en esa época de la vida y nada, al final creo que importaba eso de tener con quién jugar y compartir la infancia — relata viendo hacia los árboles con nostalgia, como si entre ellos pudiera divisar aquellos recuerdos.  

 

En la infancia Andrés también empezó a desarrollar uno de sus grandes gustos musicales: la salsa. El patio de su casa en Pandiguando se comunica con el patio de uno de sus vecinos, un carpintero que solía trabajar bajo las melodías de la buena música. Ponía su tornamesa con diferentes LPs de salsa que llegaban a los oídos de un pequeño Andrés que sentía curiosidad por estos ritmos, que aún lo siguen acompañando. A Andrés le encanta bailar. La salsa es uno de sus géneros favoritos. 

 

Su educación empezó con el preescolar del ya inexistente Instituto Infantil Colombia, que se ubicaba en la calle 5 con carrera 10, en el centro histórico de la ciudad. Fue gracias a este lugar que Andrés empezó a establecer un vínculo con este sector de Popayán, el cual camina frecuentemente la mayoría de los días. 

 

—Me parece importante recordarlo porque creo que es el primer momento en que yo empiezo a establecer una relación con el centro de la ciudad— me dice moviendo sus manos en un gesto circular, abarcando el lugar —y eso te lo cuento porque va a tener importancia de ahí en adelante para toda mi vida, tener que desplazarme desde mi casa hasta el centro todos los días a pie. Se convirtió en un espacio que con los años ha sido muy familiar para mí. Ha sido como el lugar que he habitado desde niño.

 

Andrés comparte gran parte de su trabajo fotográfico en la red social Instagram. Allí muchas de sus fotografías son del centro histórico de Popayán. En ellas registra el día a día de las calles, a las personas que las caminan, a las situaciones cotidianas que allí suceden, las paredes que son grafiteadas con verdades o pintadas con arte. Retratan la cercanía de Andrés con el lugar y cómo encuentra diferentes historias para contar. 

Foto: Andrés Dorado

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Al terminar su grado preescolar en el Instituto Infantil Colombia, cursó entre entre el primer y tercer grado en el colegio Champagnat, sin embargo, el costo de este solo aumentaba y la economía de su hogar no daba sostener sus estudios en esta institución. Así que para cuarto grado fue cambiado al colegio San Francisco de Asís. Ahí empezó a participar en la emisora de la escuela y  también descubrió su gusto por el rock en español y en inglés, y en otros géneros como la balada y el bolero. La música se convirtió en otro de los grandes pilares de su vida, un lugar importante que disfruta.

 

No era un gran lector, pero recuerda cuando entre noveno y décimo grado su profesora de literatura, a quien llama con gran cariño ‘Martica’, encontraba la forma de animar a sus alumnos para que leyeran. Les presentaba lecturas que los atrapaban al instante y los hacía disfrutar de las letras. Allí Andrés se acercó a los relatos escritos, así como a la imagen, especialmente a las películas, pues su profesora también les proyectaba audiovisuales, como El Señor de los Anillos.

 

Andrés despertó cierta sensibilidad en su interior y se abrió a dos mundos diferentes. Creció en él esa curiosidad justo en el momento en que debía plantearse qué carrera quería estudiar.  Así fue como consideró ingresar a Comunicación Social, pues era una carrera que reunía todo lo que alguna vez le había llamado la atención: las letras, la imagen, la fotografía. Aquella curiosidad que no se iba, que se mantenía en algún lugar de su cabeza, especialmente esa cámara que por un momento había sostenido en sus manos. Para él la carrera de comunicación era la única opción.

 

—En esos días uno podía comprar varios pin para inscribirse a dos opciones de programa. Pero en la casa no teníamos para dos, teníamos para uno y yo escogí comunicación sin pensarlo dos veces. Así que era comunicación o era comunicación. 

 

Las cosas se dieron. Andrés fue aceptado en el programa de Comunicación Social de la Universidad del Cauca. Ingresó un  21 de julio de 2004, con 16 años y tan solo después de 10 días de graduado del colegio.  

 

La profesora Irma Piedad Arango, docente de la Universidad del Cauca, solía dictar el curso de Lectura y Escritura en el programa de Comunicación Social cuando este tenía poco tiempo de creado. Allí conoció a Andrés, quien fue su alumno, y con el paso de los años, entre largas conversaciones y largas conversaciones, terminó como su amigo y colega.

 

—Cuando Andrés llegó al programa era un chico que se veía muy jovencito, con el cabello liso y cortico. Era un niño impecablemente vestido de camisa de cuello, se veía que aún estaba bajo el cuidado de su mamá y de su papá. Se veía como un niño obediente —relata Irma Piedad. 

 

Sin embargo, con el paso de los semestres en la universidad, Andrés se fue encontrando a sí mismo. Dejó crecer su cabello y su barba y sacó un poco su lado rebelde, liberándose de las ataduras. Desarrolló su pensamiento crítico, viendo la vida con sus propios ojos. Construyó parte de la personalidad que tiene ahora. 

 

Andrés también se sintió un poco cohibido en la universidad con las palabras. Tenía compañeros que eran máquinas de escritura, increíblemente buenos en su trabajo, en expresar por medio de letras su ser y su pensar. Andrés no sentía esa capacidad como su fuerte para expresarse. Por eso quería encontrar un formato con el cual pudiese representar su propio lenguaje frente al mundo.

 

Y ahí fue cuando empezaron sus clases de fotografía. Con la guía de su profesor de reportería gráfica, Alfredo Valderruten, la chispa y curiosidad que Andrés había tenido por la fotografía en su último año de colegio, tomó fuerza en su primer año de universidad. A través de la fotografía encontró lo que había estado buscando: una forma de expresar su ser, de comunicar lo que sentía. 

 

—Yo creo que eso fue definitivo en mi vida, la clase con Alfredo. No sé si él lo alcance a dimensionar ahora y no creo que mi caso sea el único. Creo que fue algo determinante para tomar la decisión de hacer lo que hago. Se lo voy a deber siempre, ahí dije: yo quiero ser fotógrafo.



Foto: Andrés Dorado

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Andrés ha participado en varios proyectos, algunos de ellos documentales. Sus fotografías han estado en exposiciones de muestras colectivas como “Efecto Placenta” e “Interconectados». Ha trabajado con músicos captando en fotografías su esencia rítmica, principalmente en el Festival de Música Religiosa de Popayán, del cual ya ha cubierto un total de seis ediciones. 

 

En 2021 ganó una de las convocatorias del Portafolio de Estímulos Culturales de la Alcaldía de Popayán, lo cual le permitió llevar a cabo su primera exposición fotográfica: “La ciudad que camino”. Fue una oportunidad que lo hizo muy feliz. Este fue un momento que Alexander Díaz Munévar, docente del departamento de Historia de la Universidad del Cauca y amigo de Andrés recuerda con gran cariño. 

 

— Verlo a él, digamos, así reconocido por parte de una entidad, haciendo una exposición que tuvo un impacto porque le permitió visibilizar su trabajo, ser reconocido de alguna manera, creo que ese día cuando se abrió la exposición sintió el afecto que sus amigos le tienen y eso que fue un recuerdo bonito. Verlo a él feliz porque había un reconocimiento de su trabajo fotográfico. 

 

Su trabajo es digno de admiración y respeto. Las opiniones sobre qué quiere comunicar con sus fotografías son variadas. Sandra Patricia Navia, Artista Plástica que conoce a Andrés desde hace 8 años y que trabajó con él en la exposición “Interconectados”, asegura sobre sus registros que son una forma que él tiene para ubicarse en el mundo.  

 

— Y para ubicarse puntualmente en un espacio territorial. Por eso las fotografías. Él camina la ciudad, no solo a la ciudad de Popayán, él camina a las ciudades, entonces si lo llevan a Bogotá, si lo llevan a Medellín, si lo llevan a cualquier otra ciudad él la va a caminar. Es un ciudadano universal, no es un payanés como tal o no es de cierto territorio y eso me parece que es bello, no sé si es lo que él quiera mostrar, pero hace parte de esa misma vida cotidiana— dice Sandra Patricia Navia.

 

Eva González Tanco, profesora de la Universidad del Valle y amiga de Andrés desde hace 13 años comenta que su fotografía denota admiración. 

 

— Es capaz de admirar desde lo ínfimo, desde lo marginal y admirar honestamente, no por su cualidad estética sino por su peso, por su peso territorial, por su peso simbólico, por su peso histórico y eso me parece que puede llevarle a lugares muy interesantes y muy positivos. 

Foto:Andrés Dorado

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Andrés rodeado de personas es increíblemente amiguero. En palabras de Irma Piedad Arango, es porque “cuida bien de todos sus amigos y les abre un espacio especial a todos en su corazón”. Según Eva González,  es algo raro pero bueno, es increíble ver cómo todo el mundo le saluda cuando sale a la calle, pues no es solo una persona que guarda un espacio especial para los demás en su corazón, sino que también los demás guardan un espacio en su corazón para él. 

 

—Andrés es una persona muy sociable, tiene amigos en todo lado, es un buen fotógrafo, muy profesional, es bastante curioso, indaga bastante los temas que le interesan, aventurero, melómano, inquieto, terco — comenta Leidy Chávez, Artista Plástica y amiga de Andrés. 

 

Su cuenta de Instagram está llena de fotografías que datan del día a día. Las calles de la ciudad que tanto ama: Popayán, las personas que habitan en ella, sus actividades, sus actos de rebeldía, de amor y felicidad. Hay homenajes a la música, a la cultura, a la diversidad, la naturaleza y la simple cotidianidad, ha logrado capturar su visión y su propia personalidad en cada una de esas valiosas fotografías, llevando al espectador al lugar y momento en el que han sido captadas, a esa familiaridad y claridad con las que Andrés, a través del lente de su cámara, ha logrado captar el color de su vida.

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