¿Qué hace falta para sostener la vida en un territorio como el Cauca?

¿Qué hace falta para sostener la vida en un territorio como el Cauca?

Yayo Herrero, una de las principales difusoras del pensamiento ecofeminista en España, reflexionó sobre la crisis ecosocial del territorio caucano, de la necesidad de que prime la vida y de reconocer la eco dependencia e interdependencia de la vida humana con la naturaleza.

Escrito por: Adriana Colina 

 

Hablar de ecofeminismo implica reconocer la interrelación de los seres humanos con la naturaleza. Implica construir de forma comunitaria un mundo donde todas las personas vivan una vida digna mientras logran desafiar el modelo de desarrollo económico capitalista que insiste en rentabilizar, someter y sobreexplotar la naturaleza. Yayo Herrero, una de las principales voces del ecofeminismo, ha enfocado su trabajo académico en articular su mirada como antropóloga, ingeniera agrícola docente, investigadora y activista para educar acerca de cómo los cambios ecosociales y ecoculturales pueden disipar la translimitación en la que se vive con la tierra y cómo conservar una vida que merezca ser vivida.

 

Desde sus apuntes sobre qué hacer para que prime la vida, cómo educar para una alfabetización ecológica y cómo reconstruir los lazos rotos con los seres vivos y la naturaleza, Yayo profundiza en el concepto de ecosostenibilidad de la vida desde un territorio como el Cauca.

 

Ser una de las mujeres más influyentes del ecofeminismo quizá la ha obligado a conocer la crisis ecológica de países diferentes al suyo. Yayo Herrero habla con gran elocuencia sobre cómo, un territorio como el colombiano, es un lugar de gran biodiversidad natural, agrícola, pero sobre todo,  ‘ideo diverso’ en relación con la gran conservación de lenguas y repertorios culturales. Asegura que es desde ahí se debe identificar las soluciones a la crisis ecológica .

 

Adriana Colina (A.C): ¿Qué hace falta para sostener la vida en un territorio como el Cauca?

 

Yayo Herrero (Y.H): En mi opinión, y lo digo con mucho pudor, porque no conozco la realidad local y concreta, ni las condiciones de vida que tiene el Cauca en la actualidad, y es muy importante conocerlas para pensar en cómo se pueden articular las soluciones, digo que las soluciones no son repertorios estáticos. Es decir, una solución que pueda ser viable para una zona amazónica, puede no serlo para una zona desértica y creo que ese es el gran problema que ha tenido esto que se ha denominado cooperación al desarrollo.

 

Han pretendido aplicar las mismas fórmulas en todas partes. Yo diría que para sostener la vida hace falta, en primer lugar, pensar qué es lo que necesitan las personas; en segundo lugar, qué es lo que hace falta producir, y en tercer lugar, cuáles son los trabajos socialmente necesarios. Muchas veces las formas correctas no nos satisfacen, nos parecen que son atrasadas, poco modernas y entonces abandonamos formas de hacer que sí que son compatibles con la tierra por otras que solamente son compatibles con el privilegio de unos cuantos y que son inextensibles a la gente. Por tanto, el análisis de la necesidad y los deseos, desde la perspectiva de las comunidades, de los locales, es una tarea que es imprescindible y que no se puede dejar que la hagan otras personas desde lejos.

 

A.C: ¿Cómo podemos actuar para identificar cuáles son las necesidades reales del territorio? 

 

Y.H: Manfred Max-Neef escribió un texto que se llama “Desarrollo a escala humana”, donde  hace un análisis sobre las necesidades, y lo que plantea, es que en realidad las necesidades son casi universales.  Prácticamente todas las culturas tienen las mismas necesidades:  refugio, alimento,  cuidado, satisfacción de las condiciones básicas, suministro de energía, participación y necesidad de afectos y relaciones. Según Max-Neef, lo único que distingue una cultura de otra es cómo se satisfacen esas necesidades.

 

Por tanto, lo que necesitamos es explorar formas de satisfacer las necesidades que no destruyan la trama de la vida de la que formamos parte y que además sean extensibles a todo el mundo. Se puede satisfacer una necesidad consumiendo cantidades ingentes de energía fósil y destrozar la naturaleza o se puede decidir satisfacerla de otra forma.

 

A.C: Usted habla de explorar el cómo satisfacer las necesidades, ¿de qué manera se puede hacer esa exploración?

 

Y.H: Desde lo local con talleres de clasificación: haciendo el menor consumo de energía fósil, de minerales, y de menores impactos sobre la tierra. Podemos pensar en una comunidad local en el Cauca donde se pregunten ¿cómo producir los alimentos? ¿Cómo establecer un sistema basado en la cercanía que permita que una ciudad como Popayán consuma alimentos que vengan de lo más cerca posible? ¿Cómo generar circuitos cortos de comercialización que favorezcan el hecho de que sean las personas productoras las que reciban el beneficio de su propio trabajo? ¿Cómo cumplir con ese trabajo tan importante como el de alimentar al mundo sin que tengan que pasar por un montón de intermediarios que reciben beneficios sin realmente aportar en la parte de necesidades? Es decir, podemos pensar en desarrollar talleres a partir de cosas de este tipo. 

 

Yo creo que la comunicación social, la antropología, la propia educación social dispone de montones de herramientas para favorecer esos procesos de creatividad, y a partir de ahí, generar esas respuestas.

 

A.C: Hace un momento usted hablaba de educación social como herramienta, entonces ¿qué papel debe jugar realmente la educación cuando se está en una especie de analfabetismo ecológico?

 

Y.H: La educación puede permitir visibilizar prácticas y conocimientos que tienen estos sectores de población a los que habitualmente se les ha arrebatado la conceptualización de científicos o sabios, pero que tienen conocimientos que son fruto de procesos ancestrales muy largos y que son absolutamente imprescindibles para en este momento de la humanidad hacer uso de ellos. 

 

A la educación le haría falta hacer un trabajo de re alfabetización ecológica. Quizá esté hablando más del país en el vivo [España] que es el que conozco, pero muchas veces se educa a las personas más jóvenes en contra de su propia supervivencia presentándoles modelos de crecimiento, de desarrollo, de consumo que son inextensibles al conjunto de la población.

 

 Son una generación de insatisfacción que adormecen y domestican a la hora de defender lo que se tiene cerca, la fuente de bienes y recursos de los que debemos vivir.  Por tanto, la realfabetización ecológica debe permitir generar un sentido fuerte de pertenencia a la trama de la vida y un sentido fuerte comunitario. Y eso se extiende a otros fenómenos de educación como la radio, la televisión, los medios de comunicación que también educan, de manera diferente, pero educan, o los propios procesos de los movimientos sociales. 

 

A.C:  Hay municipios del Cauca como Timbiquí, Buenos Aires, Guapi, Suárez, Santander de Quilichao, El Tambo y López de Micay, entre otros tantos, que al ser ricos en recursos mineros son controlados por grupos armados que generan dinámicas violentas en el territorio. ¿Cómo desde el ecofeminismo se puede abordar la intersección entre el conflicto armado, la minería y la violencia contra los líderes y lideresas sociales en el departamento del Cauca? 

 

Y.H: Quiero entrar a hablar de imaginarios ecofeministas porque casi todos los feminismos decoloniales se han generado desde espacios que históricamente han sido espacios extractivos. El extractivismo cuando no es acotado y controlado por las comunidades conduce a la conversión del territorio en zona de sacrificio. Me refiero a zonas donde el territorio, la vida no humana que hay en él y la vida humana, es sacrificada; sacrificada porque se envenenan las aguas, la tierra, porque se dificulta la producción de alimentos, se dificulta la vida. 

 

Hay que tener en cuenta que estos extractivismos, el conflicto y los agentes armados, muchas veces son sostenidos por intereses económicos transnacionales. En casi todo el mundo hay grandes intereses transnacionales que se alían con empresas locales para favorecer esta dinámica de extractivismo y a partir de formar ejércitos, mercenarios u otros agentes armados, lo que hacen básicamente es preservar su negocio. A estos agentes económicos transnacionales no les importa la vida de la gente que está en el territorio. 

 

En casos como este, extraer mineral se da a costa de la vida que se gesta en esos territorios. El mineral es usado para fabricar dispositivos electrónicos, para fabricar coches eléctricos, para fabricar todo tipo de artefactos al servicio de los lugares de privilegio. La zona extractiva se convierte entonces en un lugar donde la vida es sacrificada al servicio de los sectores de población que están en una situación de privilegio en el mundo. Lo que quiero decir con todo esto, es que el actual concepto de desarrollo, de progreso económico va consustancialmente unido al extractivismo y al colonialismo.

 

Esta mezcla supone genocidio y ecocidio. Desde ese punto de vista hay un interés económico que trata de convertir en beneficio hasta el último grano de mineral que pueda quedar en la tierra sin importar que se sacrifique la vida que hay en ella.

 

A.C: ¿Cómo podrían organizarse las personas para luchar por el cuidado de la vida en un territorio como el Cauca cuando muchas de ellas viven con miedo? 

 

Y.H: Casi que me da vergüenza hablar de esto. Porque hablo de una situación claramente de privilegio. Me parece osado atreverme a sugerir cómo han de organizarse las personas en el ámbito de lo local que sufren procesos tan extremadamente violentos. No voy a hacer ninguna recomendación ni consejo a las personas que están en los territorios y tienen miedo porque me parecería casi un insulto desde quien no ha sufrido. Más bien lo que me encantaría es poder estar en un rinconcito escuchando cómo hacen para aprender y tratar de ver cómo en circunstancias que se están agravando podemos aprender de ello. 

 

Cuando se ha vivido en contextos de violencia tan grande, el dolor y la rabia que existe generan una dinámica de desafección o desilusión porque las cosas no se resuelven tan deprisa como una desearía que transcurrieran. Pero sí creo que las personas colombianas desde los territorios, desde los movimientos sociales, las organizaciones, requieren de una apuesta política sin ser complacientes de modo alguno con las instituciones públicas. 

 

A.C: ¿Cómo hacer para reconstruir esos lazos rotos con la naturaleza? ¿Cómo hacer para amar más la vida? 

 

Y.H: Yo diría que hay posibilidad de trabajar desde las campañas y la comunicación, lo institucional, pero creo que es clave hacer un trabajo a ras de tierra, de casa en casa, de puerta en puerta que tiene que ver con aterrizar la vida en la tierra y en los cuerpos.

 

Cuando tienes un rato para reflexionar de qué es lo que te hace sentir bien cuando vives con la sensación de seguridad o cuando vives sin tener miedo, lo que nos encontramos es que esa sensación llega cuando tenemos una comunidad alrededor que apoya, es una forma de entender la relación con la naturaleza que permite que no tengamos miedo a no comer mañana o que cuando parimos hijos e hijas no tenemos miedo a que nos los puedan matar. 

 

Esas nociones están muy ancladas con la ecodependencia e interdependencia. Creo que desde ahí hay posibilidad de desarrollar un proyecto político, un proyecto de amor que se sostiene en el amar a la vida y a la gente. Una idea de amor social, una idea radical de que no podemos vivir sin tenernos en cuenta unas a otras. Hacernos responsables de las vidas de otras que se hacen cargo de las nuestras. Una transformación cultural que choque con los valores de progreso capitalistas.

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