La depresión: una lucha cotidiana por sentirse bien
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Luis tiene diagnosticada depresión desde hace dos años. Para él es la unión de emociones múltiples: miedo, desesperación, vacío, insensibilidad, vergüenza y una incapacidad para reconocer las cosas, mientras la persona se siente desnuda y observada por el mundo.
Por: Kevin Alexander Londoño Vásquez
—La depresión actúa de esa manera en mí: me vuelve una persona que se obsesiona con un pensamiento extremadamente autodestructivo— dijo Luis sin expresión en su rostro.
Vestido con un cuello de tortuga y mayas de color negro, sudadera gris y un bolsito marrón, estaba Luis en la cafetería más cercana a su casa, al norte de Popayán. A aquel joven que ya conocía, y que no pensaba mencionar sus apellidos, me fue difícil convencer para que hablara conmigo. En sus ojos, un delineado pasaba desapercibido por los redondos lentes que llevaba puestos.
Un piercing en la nariz, un cuarzo muy ajustado sobre su cuello que decoraba otra cadena con un dije del árbol de la vida. Pantalones negros cortos y con la única prenda que resaltaba: medias largas azules claras con pollitos dibujados.
— ¿Qué van a pedir? — preguntó la mesera.
—Yo quiero un café y pastel de chocolate —respondí.
—Para mí lo mismo, por favor —dijo Luis.
El olor a café estaba perfecto para la tormenta que se avecinaba. Junto a la ventana estábamos mirando pasar los carros y hablando sobre anime. Entre sonrisas y suspiros de sorpresa ambos íbamos haciendo una lista de animes por ver, vistos y los mejores según nosotros. Yo los iba anotando en mi bitácora de dibujos que siempre cargo en la mochila.
El café y el pastel de chocolate llegaron a nuestra mesa casi desapercibidos y con un tremendo susto Luis los recibió.
—Perdónenme muchachos. No era mi intención asustarlos y casi arrojarles café caliente a ustedes— replicó la mesera, enrojecida de la vergüenza.
—Casi me muero del susto, perdóneme Alexander. Siempre hay algo que me asusta.
Efectivamente todo lo sorprendía, estaba a la defensiva incluso si algún perro del lado contrario de la calle empezara a ladrar.
***
Su alarma suena a las cinco y media de la mañana y no quiere levantarse. Todo a su alrededor parece tornarse oscuro. Su cuarto está completamente ordenado, o bueno, al menos el orden que Luis conoce. Saluda a su mamá para no ser grosero y a su padrastro ni lo voltea a ver.
Desde que su madre se acompañó con su nuevo marido la relación con ella va de mal a peor. Cuando tenía 10 años Luis prefirió quedarse a vivir con sus abuelos. A inicios del 2021 se mudó al apartamento de su padre y las cosas con él no iban nada bien, por lo que su madre se lo llevó a su casa. Desde entonces no para de escuchar la frase “te me vas de aquí”. En tres ocasiones obedeció y lo hizo.
Sin desayunar y negándose a tomar el medicamento para la gastritis, Luis llega a su primera clase a las nueve de la mañana. Sus labios y rostro entero, sin gesto alguno, empiezan a marcar una sonrisa. Una sonrisa que parece radiante, que parece que todo va mejorando, una sonrisa para sus dos amigas de la Fundación Universitaria de Popayán: Juliana* y Luna*.
Juliana: Luis tiene una sonrisa bellísima. Me encanta verlo sonreír y eso llamó mi atención. Quise acercarme a él y me costó al principio. A veces suele permanecer algo distraído, distante y sofocado, pero eso no le quita la sonrisa ni la buena persona que es.
—Pero, por dentro todo sigue igual, me destruye hay algo que me reprime y por más que intento eliminarlo, eso pesa y no puedo sacarlo— dice Luis.
En los momentos que se queda sin compañía, su cara emotiva cambia por completo.
—De repente, cuando estoy solo, algo o alguien toca la puerta de mi mente para recordar que la vida es efímera, que no puedo imaginar un futuro aquí. Mis dos amigas y mi mejor amigo, Alejandro*, me ayudan a sentirme mejor.
En la tarde almuerza con sus amigas y luego se para a esperar la primera ruta que lo lleve cerca a su casa. Mientras organiza sus cosas y teniendo la casa para él solo aprovecha para escuchar su música favorita, cocinar, maquillarse y hacer la llamada cotidiana con Alejandro para contarle todo lo que vivió durante el día, omitiendo la parte de cuando tuvo un ataque de ansiedad y de cómo disimuló hasta no poder, para luego encerrarse en el primer baño público que encontró mientras todo se calmaba.
***
—¿Estás bien?, ¿tomaste la medicina?, me dices cuando necesites algo, estaré para ti— son las palabras reiterativas que Alejandro le dice a Luis por teléfono o de vez en cuando, siempre que se pueden ver.
—Estoy genial— le responde y cuelga.
Lo dice despacio, con una voz lenta, creíble como si el diálogo ya hiciera parte de la rutina, como si mentir ya no le costase, como si esas palabras estuvieran programadas para decirlas siempre que pregunten lo mismo.
—El peinarme y bañarme parecen cosas de otro mundo, parecen cosas difíciles. Hay cosas buenas, pero duran muy poco y me ponen nervioso porque quiero seguir sintiéndolas. Tal vez, es un avance el aprender a mentir o el aceptar que estoy así. Siento que ya no quiero seguir y aunque te diga y les diga a las personas que estoy continuando, irradiando alegría no sé qué me pasa. Es algo que no entiendo, es contradictorio, pero ellos siguen a mi lado, mi amigo sigue a mi lado a pesar de que no sea como antes, de que ya no sea el mismo. Siempre rondan los pensamientos de que no merezco a nadie y de que pronto se olvidarán de mí.
Entre las cinco y seis de la tarde Luis generalmente duerme. Todo el tiempo tiene sueño. A esas horas de la tarde y durante el proceso en el que los rayos anaranjados del sol se van ocultando por el oeste, la imagen oscura de su silueta por el contraluz de la ventana que cubre casi toda la pared de su cuarto, se transforma en una imagen más visible. Eso es posible gracias a la luz artificial de las calles que toman mayor potencia.
Unas llaves suenan y se escuchan murmullos en la cocina. Su madre y padrastro han llegado, es llamado para cenar en la mesa familiar. Intentando solo decir lo que cree prudente, responde amablemente las preguntas básicas de su mamá. Un gran silencio durante los 20 minutos permanece en los tres, mientras comen, aparentando que son una familia. Su día termina en cuestión de segundos; sus ojos se cierran completamente después de lavarse la cara y acostarse en la cama para dormir por completo.
La alarma suena y la historia se repite, pero hoy quiere ir maquillado por alguna razón. La forma en la que se maquilla hace que Luis parezca todo un profesional. Cada pincelada, cada color, un poco de brillo labial, pestañina, un toque de sombra gris en los ojos, un fino delineado acompañado de polvos blancos y unos tantos más oscuros, ayuda a que Luis hoy sonría más que ayer. Se encontrará con su amigo Alejandro para almorzar después de la universidad.
***
Alejandro se lanza sobre los brazos de Luis para luego darle un beso en la frente. Sonríen y se mantienen juntos, apretándose las manos por un largo tiempo mientras Luis le enseña su maquillaje.
De piel oscura, largas pestañas, cabello rizado y labios rojos sonrientes, Alejandro se destaca entre los demás. Tiene 18 años, la misma edad que Luis. Se conocieron cuando Luis entró en el 2014 a un nuevo colegio y al principio no fueron amigos. Fue una relación de odio y rivalidad, en parte por comentarios que Luis hacía sobre temas banales. En el 2016 todo ese odio pasó a transformarse en una relación de amistad, casi de hermandad.
—Lo miro más feliz, pero sé que me oculta algo, sé que no está totalmente bien. Sus ojos empiezan a brillar de nuevo, su sonrisa es menos falsa. Él tiene mi apoyo y lo sabe.
Alejandro también ha llevado este proceso con paciencia. Compara la vida con los objetos que a veces se deterioran solo por dentro, aunque el ojo humano no lo vea. Y luego, en otro punto y por motivos apenas significativos, las grietas del ser dicen que no soportan ya más peso. Es cuando se hace más visible ese dolor y es cuando en el caso de él y su amigo los atacó a los dos.
—Porque la depresión no solo la vive Luis, no solo es de él ese dolor. Sé que lo afecta directamente y no quiero ni imaginar qué tan cansado está, pero también me canso, también me afecta a mí, me duele. No lo voy a dejar solo, quiero estar a su lado.
En el restaurante piden lo mismo para comer, no paran de sonreír y de mostrarse uno al otro lo que están viendo en las pantallas de sus celulares. Cuando Alejandro le pregunta su estado de ánimo, el ambiente se torna diferente, el almuerzo se detiene. Luis traga grueso y no suelta el jugo hasta no dejar ningún concho en el fondo del vaso.
—Bien — sigue comiendo con más rapidez e intenta evitar cualquier tipo de charla que conduzca al tema.
Alejandro levanta su silla tirando la mochila, toma una gran bocanada de aire y paga sus almuerzos. Juntos salen y caminan en silencio por un largo tiempo, hasta que Luis interrumpe el tenso momento con un abrazo.
—Te quiero.
***
—Me gusta pensar bajo el agua tibia de la ducha, mientras desayuno, mientras voy en el colectivo, mientras hablo con mi psicóloga, mientras estoy con mis amigos, mientras miro la tele, mientras estoy en clase. Me gusta pensar que estoy bien— casi llorando me lo dice.
Luis estaba agitado, ya cansado, no paraba de mirar el reloj colgado detrás la silla donde yo estaba sentado, haciendo movimientos ligeros en sus dedos sobre la mesa.
Terminando el pastel de chocolate, Luis pide un pan con bocadillo para llevar. La conversación de nuestro primer encuentro estaba concluyendo.
—Lo único que sé es que sigo vivo, que vivo deprimido, pero hay alguien que me quiere escuchar y no sé si me puede ayudar, pero él está y yo creo que me voy a arriesgar y no me voy a callar.
—¿Lo dices por tu mejor amigo?
—Sí, el ser salvado por mi amigo estando y simplemente existiendo, es lo que permite que hoy siga yo aquí. Tengo que ser fuerte por mí y por él, no puedo ser tan egoísta y dejarlo.
—Pero, ¡emmm! — mantuvo la muletilla mientras se acariciaba el cabello.
—Voy mejorando, y pues mira, ya tengo cabello —dice riendo.
—Y bien bonito que está, ¿qué shampoo usas?
Entre recomendaciones de shampoos y temas que no interesan pasamos a proponer otra fecha para encontrarnos. Luis quiso finalizar diciendo:
—Más que solo una tristeza pasajera o un ataque de ansiedad, la depresión no es una debilidad y uno no puede recuperarse de la noche a la mañana. La depresión puede requerir tiempo o aprender a vivir con ella.
*Por petición del personaje central de la historia, no se escribe el nombre completo de él y ni sus amigos.
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