“Estoy siendo lo que quiero ser”: Dal Méndez

“Estoy siendo lo que quiero ser”: Dal Méndez

Las disidencias de género son uno de los asuntos que más auge tiene en la actualidad, pero también es del que menos se habla. Desconocerlo hace que se formen ideas erróneas, que terminan convirtiéndose en actos de rechazo hacia las personas que con ellas se identifican.

Por: Danny Sebastian Quinayas

 

Me llamo David, pero me gusta presentarme como Dal. Me siento más a gusto con este pronombre. Tengo 21 años. Soy de la ciudad de Popayán y actualmente curso el sexto semestre de la carrera de Filosofía en la Universidad del Cauca. En mis tiempos libres me encanta bailar, pues he encontrado en el baile la manera de expresar todo lo que la sociedad me ha obligado a callar.

 

El presentarme como una persona de género fluido ha sido difícil, ya que la sociedad tiene muchos estigmas que hacen que las personas tengan el ideal de que los chicos tienen que ser “machitos” y eso no es así. Pero ha estado en mí romper esos estereotipos.

 

Para mí fue relativamente fácil hacer el tránsito de David a Dal. El reconocerme y pensarme ha sido sencillo. Yo me identifico con los pronombres de él y de ella. Me siento cómodo con los dos.

 

Si bien, nunca me he sentido violentade físicamente en ningún sector de la sociedad, sí he sentido la discriminación y el rechazo cuando se evidencia mi género o de cierta manera descubren quién soy. Para la gente siempre es extraño todo el tema de las disidencias de género. Eso va a ser así siempre y lo tengo en cuenta.

 

Más que agresiones físicas: golpes, maltratos o moretones, lo que he sufrido, y lo que más se evidencia en Popayán, son “pequeños” actos discriminatorios: miradas, comentarios o chiflidos.  La gente piensa que no son la gran cosa, pero sí lo son. 

 

En mi trabajo suelo llevar el pelo recogido y la gente suele decirme «eh, niña, hágame un favor», y luego se quedan como «ah, no, es un chico». Eso no me hace sentir mal. No me importa el pronombre que usen para referirse a mí. Eso hace parte del género fluido, que es en lo que yo me “encajo”. Aunque encajar no es que sea de mi gusto, pero la sociedad siempre le coloca etiquetas a todo. Te encasilla en algo.

 

También nunca faltan las miradas en las calles. La gente a veces se confunde. Se me queda viendo y dicen «es una chica o un chico». Todo esto me causa mucha gracia. Me da mucha risa. Pero no todos estos comentarios son graciosos.

 

Recuerdo una vez que iba con mi mamá y le dijeron «ay, ¡qué linda su hija!, ¡cómo está de grande!» Entonces mi mamá dijo «no, no es mi hija, es mi hijo». La señora se sorprendió por mi forma de vestir y empezó a recalcarme el cómo “se debían vestir los hombres”. También criticaba la manera como yo actuaba, decía que era muy femenina, que me comportara como debía ser.

 

En los transportes también siento este tipo de rechazo. Por lo menos coger una moto es complicado porque los hombres (cisgénero) ya de cierta manera tienen estereotipado lo que es un hombre y una mujer, como yo soy diferente y no saben cómo tratarme, prefieren mejor no hacerme el transporte.

 

En los taxis también pasa lo mismo. Más que todo con los conductores viejos. Siempre me dicen: «¡Joven, por qué se viste así! ¡Por qué tiene esto! ¡Joven, por qué lo otro!» Preguntan por todo y no me siento mal al responder, pero sí se siente la discriminación. Los taxistas me dicen que los hombres tienen que verse de tal manera. Pero yo no quiero vestirme así. Yo quiero romper ese estereotipo.

 

Aquí en Popayán es difícil que la gente deje de pensar de esa manera, porque estamos en una ciudad muy conservadora. Aún es muy difícil expresar lo que yo soy. Siempre voy a recalcar las miradas. Nunca me han faltado al respeto como tal, pero es feo que en algunos lugares te miren de cierta manera por el simple hecho de tener el cabello largo o por vestir ropa, que según las personas, es solo para mujeres. La ropa no tiene género, ¡es solo ropa!

 

La universidad ha sido un espacio donde me he sentido un poco más liberade. Aun así, hay algo que es molesto, y es que en ciertos lugares, sobre todo en los sectores administrativos, me llaman por el nombre que tengo en la cédula (David) y muchas veces me han preguntado por qué me veo diferente a la persona que aparece en el documento de identidad y pues, tengo que darme a la tarea de explicar el porqué de esa situación. 

 

Todo esto ha ido cambiando un poco. Se ha trabajado con la universidad en el tema de las disidencias de género y este año ha tomado la decisión de hacer un nuevo reglamento estudiantil, en el cual fuimos partícipes una compañera que se llama Lourdes, que es una chica trans y mi persona.

 

En este proceso se ha tratado de cambiar todo el estigma. Pero aún hay, digamos, algunas falencias que todavía no se han logrado superar. Por ejemplo, las secretarias a veces no saben cómo tratarme. Me han confundido muchas veces, sobre todo cuando llevo tapabocas y estoy bien maquillade. 

 

—Hola, disculpa chica, ¿en qué te puedo ayudar?— me dicen.

 

Me reconocen en femenino. Pero cuando paso mi cédula para realizar cualquier trámite es cuando empiezan a “echarse” el chisme entre las secretarías y comienzan a reírse. Yo me quedo confundido, o sea, pues no le veo la risa. 

 

Uno de los actos de discriminación que más recuerdo fue saliendo de aquí, de la Facultad de Ciencias Humanas y Sociales. Ese día yo salía de clase nocturna, más o menos eran las diez de la noche. Cabe resaltar que en ese tiempo yo era un poco más “masculino”. En fin, ese día me atreví a utilizar una falda, cosa que nunca había hecho. Yo salí y me persiguieron. Me sentí muy sole y abandonade. Esta persecución fue por toda la calle cuarta hasta el parque Francisco José de Caldas, donde me estaban esperando mis amigos. 

 

—¡Maricón!— me gritaba un señor en estado de ebriedad. Mientras yo trataba de acelerar el paso para llegar rápido.

—No deberías existir en la sociedad— continuaba diciendo mientras me perseguía. 

—Personas como tú son las que deben desaparecer— fue lo último que me gritó y se fue. Todo esto me dio muy duro.

 

Estos actos pueden parecer a simple vista cosas muy pequeñas, pero no lo son. Son acciones que de cierta manera tocan los sentimientos. Son acciones que me hacen sentir mal y que también han afectado todo el trabajo interno que yo he hecho reconociéndome. Entendiendo quién soy.

 

Todas esas acciones han hecho que yo tenga actos de discriminación conmigo misme. Es como que a veces me quiero ocultar. Quiero dejar de hacer las cosas que hago. De cierta manera me quisiera ver como una mujer hegemónica. Hacer ese tránsito para sentirme más respetade. Pero eso es una decisión que yo tengo que tomar por mi cuenta, no porque las personas y la sociedad así me lo exija.

Hacer ese tránsito tampoco es fácil. El simple hecho de tratar de conseguir las hormonas es otro acto de discriminación. Los psicólogos en las EPS dicen que esto no es un problema de género, sino que nosotros no sabemos reconocernos. Con ese diagnóstico nos fichan y pues esto dilata todo el proceso de la hormonización: tratamiento que consiste en el uso de medicación para modificar el cuerpo en función de la identidad de género autopercibida. Es una constante lucha contra ese diagnóstico médico. Te dicen que no puedes, que no tienes el caso. Te mandan por miles de psicólogos.

 

Inclusive dentro de la misma comunidad me han dejado atrás, relegado, porque no me veo como una chica hegemónica. Me preguntan que cuándo voy a iniciar con las hormonas, que cuándo voy a hacer los trámites para el cambio de nombre y yo no quiero hacer eso, porque de cierta manera no siento que lo necesite, al menos no por ahora.

 

El no querer hacer esos cambios hace que la gente te deje de hablar, que te vean como el “rarito” del grupo. Te rechazan por el simple hecho de que no te ves hegemónicamente y eso es algo que a mucha gente le molesta. Les molesta que no luzcas de manera hegemónica.

 

Pese a todo el trabajo interno que he realizado conmigo misme y las discriminaciones que he tenido que soportar, aún me siento inconforme con algunas cosas. Pero en este momento ya me siento más liberade. Me siento a gusto con lo que soy y en lo que me estoy transformando. Estoy siendo lo que quiero ser.



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